La figura del jurista -estudiosos del derecho, jueces e incluso abogados- es desde hace tiempo objeto de encendidas discusiones. En este libro se parte de la constatación que la posición tradicional, que limitaba el rol de los juristas al ámbito de una pura esfera «técnica» y dejaba en manos de los políticos la tarea de tomar decisiones acerca de valores o intereses, parece haber perdido gran parte de la eficacia retórica y de la atracción que tenía en el pasado. El jurista contemporáneo no puede ya esconderse detrás de la máscara artificial de la neutralidad y debe reconocer que se mueve en un terreno condicionado por elecciones de valor. Sin embargo, sería ruinoso si el hombre de ley terminara por politizarse y se convirtiera en un ideólogo veleidoso o en un cazador del consenso de los ciudadanos.
El autor sostiene que para dar una respuesta adecuada a esta crisis es necesario elaborar nuevas estrategias de rol y cambiar radicalmente el enfoque habitual. Mientras antes los expertos se preguntaban por las razones del derecho, ahora es necesario preguntarse también sobre las razones de los juristas. Asimismo, el enfoque avalorativo e inmunizante, que el autor denomina Modelo de Montesquieu, debe ser reemplazado por un Modelo Crítico. Este nuevo modelo, en lugar de eliminarlos, hace explícitos y comprensibles los valores que son presupuesto de las profesiones jurídicas. La figura del hombre de ley, tal como nosotros la conocemos en Occidente, puede sobrevivir sólo si une su propio destino a los valores del Estado de derecho. En consecuencia, incluso en contextos de intolerancia y de particularismo, o mejor, sobre todo en estos contextos, la única política que al jurista le está consentido seguir es la de la legalidad.